El vertiginoso devenir humano, inmerso en la convención que llamamos tiempo, nos impide construir algún sentido posible
Solitarios peregrinos de los no lugares — imagino gente sola esperando vuelos en aeropuertos impersonales, dispuestos a pasar mil horas incómodamente sentados para visitar sitios que las redes sociales, manipuladas por influencers pagos, les han indicado como destinos obligatorios — portamos la no angustia de ser no personas. La angustia, privada de su cauce, ya no se llora no se abraza ni se percibe : se compra, se consume, se acumula, se niega y se reniega.
Vivimos en un tiempo de angustia sin angustia, angustia que en algún sitio puja pero que no puede ser parida porque no hay un mundo que la reciba. Angustia que se trasforma en no angustia y porta la dismorfia de ser y de no ser. Angustia que no se llora, que se transforma en compulsión o síntoma, que no encuentra abreacción - un cauce, un cuerpo, un grito, una palabra que la acoja - angustia que se caga y se vomita pero que no encuentra el modo de ser dicha
De cómo la razón moderna nos dejó desasidos y angustiados, reflexión sobre el misterio del ser
Sobre la oposición de los conceptos vida-muerte y su armonía para tolerar el final
Epoca de intersección entre la palabra y la imagen ¿Podremos no convertir nuestro cuerpo en solo una imagen?